Me llamo Margarita, y ¡soy geógrafa! Esta es una afirmación que me gusta repetir cada vez que tengo oportunidad, sobre todo entre mis compañeros de profesión: los docentes. En mi adolescencia decidí que quería ser profesora de enseñanza secundaria, y empecé a trabajar como tal en noviembre de 2005, poco después de estudiar una licenciatura que contribuyó enormemente a mi desarrollo personal. Disfruté mucho los años de universidad aprendiendo lo que me enseñaron los maestros que tuve en el Departamento de Geografía de la UVa.
Ser docente requiere de vocación. Trabajar cada día, cinco horas, con grupos de 25-30 alumnos adolescentes implica desarrollar la empatía, la asertividad, la paciencia. Si has estudiado Geografía en la Universidad y decides dedicarte a la enseñanza secundaria necesitas, además, de flexibilidad mental para adaptarte a las enseñanzas que aquí se imparten. Serás profesor de un compendio de saberes generales relacionados con las Ciencias Sociales, y tendrás que desarrollar tus dotes de liderazgo y de creatividad para llegar a transmitir tus conocimientos. Además, aprenderás a relacionarte con las familias del alumnado y a gestionar una ingente burocracia. No te asustes, te voy a dar un truco: todo lo anterior resulta muy fácil si pones entusiasmo, determinación y ganas de aprender cada día de las personas con las que interactúas: tus alumnos. De esta manera, ser profesor puede reportarte cada día grandes satisfacciones.
La Geografía me descubrió una forma muy concreta, a la vez de amplia y rica, de acercarme al análisis del mundo en el que vivo. La docencia me ayuda a descubrir, cada día, la riqueza que cada adolescente guarda en su interior, y eso es maravilloso para el propio descubrimiento del ser.